viernes, 23 de diciembre de 2016

Subrayados del discurso del Papa Francisco a la Curia Romana en diciembre de 2016


En su discurso  a la Curia Romana, el Papa Francisco se ha dirigido a sus miembros con un texto que ha titulado: Conversión personal y estructural permanente (22-12-2016).


Quizá es lo que en estos momentos, y siempre, necesite la Iglesia. Es un texto dirigido a la Curia pero que sirve para toda la Iglesia.


Destacamos algunos fragmentos que nos pueden ayudar en nuestra conversión permanente:

(Donde el texto original dice Curia, hemos cambiado por Iglesia)


  • En primer lugar, una cita de Romano Guardini: « Dios da la vuelta a todo lo que el hombre trata de construir por sí mismo».
  • La lógica de la Navidad transforma la lógica mundana, la lógica del poder, la lógica del mandar, la lógica farisea y la lógica causalista o determinista.
  • La reforma es ante todo un signo de la vivacidad de la Iglesia en camino, en peregrinación, y de la Iglesia viva y por eso porque está viva semper reformanda,  reformanda porque está viva. Es necesario repetir aquí con fuerza que la reforma no es un fin en sí misma, sino que es un proceso de crecimiento y sobre todo de conversión. La reforma no tiene una finalidad estética, como si se quisiera hacer que la Iglesia fuera más bonita; ni puede entenderse como una especie de lifting, de maquillaje o un cosmético para embellecer el viejo cuerpo de la Iglesia, y ni siquiera como una operación de cirugía plástica para quitarle las arrugas. [13] Queridos hermanos, no son las arrugas lo que hay que temer en la Iglesia, sino las manchas.
  • La reforma sólo y únicamente será eficaz si se realiza con hombres «renovados» y no simplemente con hombres «nuevos». No basta sólo cambiar el personal, sino que hay que llevar a los miembros de la Iglesia a renovarse espiritual, personal y profesionalmente. La reforma de la Iglesia no se lleva a cabo de ningún modo con el cambio de las personas ―que sin duda sucede y sucederá― sino con la conversión de las personas. En realidad, no es suficiente una «formación permanente», se necesita también y, sobre todo, «una conversión y una purificación permanente».  Sin un «cambio de mentalidad» el esfuerzo funcional sería inútil.
  • En este camino es normal, incluso saludable, encontrar dificultades que, en el caso de la reforma, se podrían presentar según diferentes tipologías de resistencia: las resistencias abiertas, que a menudo provienen de la buena voluntad y del diálogo sincero; las resistencias ocultas, que surgen de los corazones amedrentados o petrificados que se alimentan de las palabras vacías del gatopardismo espiritual de quien de palabra está decidido al cambio, pero desea que todo permanezca como antes; también están las resistencias maliciosas, que germinan en mentes deformadas y se producen cuando el demonio inspira malas intenciones (a menudo disfrazadas de corderos). Este último tipo de resistencia se esconde detrás de las palabras justificadoras y, en muchos casos, acusatorias, refugiándose en las tradiciones, en las apariencias, en la formalidad, en lo conocido, o en su deseo de llevar todo al terreno personal, sin distinguir entre el acto, el actor y la acción.
  • La ausencia de reacción es un signo de muerte. Así que las resistencias buenas ―e incluso las menos buenas― son necesarias y merecen ser escuchadas, atendidas y alentadas a que se expresen, porque es un signo que el cuerpo esté vivo.
  • Todo esto manifiesta que la reforma de la Iglesia es un proceso delicado que debe ser vivido con fidelidad a lo esencial, con un continuo discernimiento, con valentía evangélica, con sabiduría eclesial, con escucha atenta, con acciones tenaces, con silencio positivo, con firmes decisiones, con mucha oración – con mucha oración, con profunda humildad, con clara visión de futuro, con pasos concretos hacia adelante e incluso ―cuando sea necesario― retrocediendo, con voluntad decidida, con vibrante vitalidad, con responsable autoridad, con total obediencia; pero, en primer lugar, abandonándose a la guía segura del Espíritu Santo, confiando en su necesaria asistencia. Por esto, oración, oración, oración.