viernes, 21 de mayo de 2010

Danos juventud, aunque sea sólo juventud interna

Ya casi no somos jóvenes:
la vida nos ha madurado, y envejecido.
El abanico de posibilidades se ha ido cerrando.
Y ahora, la vida es un camino prosaico, entre dos cunetas.

Sentimos la tentación del desengaño,
tantos cadáveres de nuestros ideales.
Nos sentimos cansados de luchar,
y quisiéramos ya una vida aburguesada.

Señor, consérvanos en la juventud.
No nos dejes caer en la tentación de la rutina
y el “dejarlo correr”.

Jesucristo, quisiéramos ser como Tú,
que no conociste la esclerosis de la edad madura,
y fuiste joven hasta la muerte violenta.
Danos juventud, aunque sea sólo juventud interna,
de espíritu.
Hay que ser jóvenes de mentalidad,
y no sólo en el vestido.

Consérvanos la imprudencia de la juventud.
La bendita imprudencia
que es capaz de jugarse la vida por un ideal:
capaz de ilusión y de amor.

Que nunca seamos viejos, ni carga muerta,
meros frenos para los demás.
No nos satisface ser sólo carteles, indicadores de peligro,
a lo largo del camino.

Líbranos, Señor, de ser incomprensivos
con los que nos siguen.
Ellos traen algo nuevo.
No queremos hacerles sufrir lo que hemos sufrido.

Enséñanos a cederles el paso, a tiempo.
Queremos aprovechar su energía, utilizar su crítica.
No queremos envejecerles,
contagiándoles nuestra vejez prematura.

Enséñanos, Señor, a retirarnos a tiempo.
Sin que tengan que bajarnos a la fuerza.

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